Laura
Llevadot
(Universitat
de Barcelona)
Resumen:
El
objetivo de este trabajo es demostrar que aquello que vincula la
deconstrucción con lo político es la idea de acontecimiento, y en
concreto, la fe en el acontecimiento. Lo mesiánico consiste en esta
fe en el acontecimiento que Derrida recupera de Marx. Para demostrar
esta tesis procederé, en primer lugar a distinguir la idea de
mesianicidad de la idea reguladora kantiana; en segundo lugar, se
analizará el concepto de creencia que, según Derrida, debe habitar
el concepto mismo de democracia; y finalmente se mostrará cómo este
elemento fiduciario de la deconstrucción desborda el ámbito de lo
ético para abrir una concepción de lo político vinculada a lo
religioso.
Palabras
Clave: Deconstrucción,
mesianicidad,
fe, acontecimiento, democracia, idea reguladora.
Abstract:
The
aim of this article is to demonstrate that the link between
deconstruction and politics lies in the concept of event (événement),
or the faith in the event. In fact, messianism –as it is conceived
by Derrida- is this “faith in the event”. To this end, I will
distinguish derridian messianicity from Kant’s “regulative idea”;
Secondly, I will analyze derridian concept of believing which must
characterize democracy; and Finally, I will show the religious
engagement in Derrida’s conception of the politics.
Key
words: Deconstruction,
Messianicity, Faith, Event, Democracy, Regulative Idea.
1.-
Deconstrucción y política
Durante
mucho tiempo la deconstrucción pasó por ser un mero ejercicio
textual, para algunos en exceso académico, que parecía menospreciar
la realidad efectiva (“si la hay”, habría que decir, si seguimos
aquí a Derrida). La afirmación del carácter textual de toda
realidad parecía dejar huérfano al sufrimiento y la explotación, y
las mentes más bien pensantes se afanaban a denunciar los peligros
relativistas del textualismo. Pero no es necesario remitirse a las
facilidades de la disputa con Habermas, tan plagada de
incomprensiones que no resultaría costoso deshacer uno a uno los
nudos de la polémica1.
Bastaría con acercarse tímidamente a los textos cruzados entre
Derrida y Foucault para poder advertir como incluso para éste último
-filósofo poco sospechoso de aliarse con la teleología del proyecto
ilustrado-, la escritura de Derrida seguiría sin embargo demasiado
al margen de las instituciones que habría que analizar. En su
respuesta a la crítica de Derrida de La
historia de la locura2,
un Foucault airado se permite escribir: “no es por un efecto de su
inatención por lo que los intérpretes clásicos han perdido, antes
de Derrida y como él, ese pasaje de Descartes. Es por sistema.
Sistema cuyo representante más decisivo es hoy Derrida, en su último
brillo: reducción de las prácticas discursivas a las trazas
textuales; elisión de los acontecimientos que se producen allí para
no conservar más que las marcas por una lectura (…) No diré que
es una metafísica, la
metafísica,
o su recinto que se oculta en esta textualización
de las prácticas discursivas. Iré mucho más lejos: diré que es
una pedagogía históricamente bien determinada que, de manera muy
visible, se manifiesta”3.
La crítica de Foucault a Derrida no se dirige, pues, a las
consecuencias relativistas de la deconstrucción. No hay en la
denuncia de Foucault ninguna pretensión de volver a un concepto de
verdad ya obsoleto ni a una normatividad que regularía la acción
política. Lo que Foucault lamenta es que Derrida deje fuera de sus
análisis los contextos históricos de las prácticas discursivas,
que dichas prácticas sean reducidas a meras “trazas textuales” y
que al excluir de su campo de análisis la dimensión histórica de
lo que Foucault llamará ya en 1970 “acontecimientos discursivos”4
limite la filosofía al ámbito del comentario infinito, a una
reflexión autorreferencial que desactivaría el potencial crítico
que sí debe aportar el análisis histórico de los dispositivos de
poder (discursivos y no discursivos)5.
Pero es precisamente esta noción de contexto la que la
deconstrucción se da por tarea destronar6.
No hay contexto más allá del texto que dé el sentido ausente al
primero. Todo texto es estructuralmente ruptura con el contexto, y
leer un texto no puede ser ya devolverlo al lugar del que se ha
sustraído para poder decir. Pero entonces, ¿qué ocurre con “la
realidad”, con la acción, con la “ética”, con la “política”?
Ante la insistencia de la pregunta Derrida responde: “lo que yo
llamo texto no es distinto de la acción ni opuesto a la acción (…)
No hay acción, ni siquiera en el sentido clásico del término, no
hay acción política u ética que pueda ser disociada, u opuesta a,
el discurso. No hay política sin discurso, en nuestra cultura no hay
política sin libro”7.
Lo que está en cuestión aquí es justo la escisión entre texto y
contexto, entre acción y teoría, la posibilidad de señalar con el
dedo una realidad que ya no sería textual y a la que el texto o bien
se referiría o bien de la cual sería su consecuencia necesaria:
“Creo que esa realidad
también tiene la estructura del texto”8.
Pero precisamente, en la medida que la realidad tiene estructura
textual la deconstrucción no la deja indemne. Al deconstruir el
texto la deconstrucción deconstruye también aquello que el, ya
indefendible, concepto clásico de realidad querría señalar como su
ámbito propio y separado. Si la deconstrucción se dirige en primera
instancia al discurso de los filósofos, a los textos de la tradición
–cosa que le reprochará Foucault, atento como él está a la serie
de discursos jurídicos, médicos, institucionales, que pueblan sus
análisis- es por una razón estratégica: “Porque lo que se llama
«filosofía», el filosofema,
(…) se encuentra en todas partes: en los discursos políticos, en
la evaluación de las obras de arte, en las ciencias humanas y
sociales”9.
El hecho de que la filosofía haya tenido en la tradición occidental
un papel preponderante en la organización de la cultura, de sus
distribuciones binarias y de sus aspiraciones, justifica el rodeo de
la deconstrucción al analizar este tipo de discurso, análisis que
lejos de ser un mero comentario académico y autorreferencial se
ejerce como crítica de la cultura, y por lo tanto también de lo
político. No sorprenderá entonces que Derrida se haya encargado de
desmentir una y otra vez10
el supuesto “giro” de la deconstrucción hacia lo político, que
se apreciaría en los últimos años de sus publicaciones. A lo sumo
se tratará de un cambio estratégico que no afecta al concepto mismo
de deconstrucción, desde siempre ligado a una cierta concepción de
la ética y de la política. De ahí que en sus últimas obras
proliferen los enunciados que enlazan indisociablemente la
deconstrucción con nociones tradicionalmente vinculadas al ámbito
de lo ético-político, tales como: “no hay deconstrucción sin
democracia, no hay democracia sin deconstrucción”11;
“la deconstrucción es la justicia”12,
o de modo todavía más inquietante para quienes se sentían
arropados por una lectura de Marx desactivada ya de toda promesa
revolucionaria, Derrida se atreve a hablar de “este intento de
radicalización del marxismo que se llama deconstrucción”13.
Sin
embargo, y aunque esta dimensión ético-política de la
deconstrucción debería ser analizada en profundidad, lo que
interesa destacar aquí es el inquietante vínculo entre lo religioso
y lo ético-político cobijado en el concepto de “mesianicidad”
que articula buena parte de los análisis deconstructivos del
postrero Derrida. La dimensión política de la deconstrucción está
suficientemente acreditada y justificada por el propio Derrida a lo
largo de sus últimas obras y de la multiplicidad de entrevistas que
inciden en esta cuestión. Pero la aparición de una dimensión
religiosa, si es posible todavía llamarle así, la insistencia de
toda una serie de enunciados que ligan la deconstrucción a la fe, a
la promesa, al crédito y a la creencia, y que acercan la
deconstrucción a las posiciones de Levinas y Kierkegaard -e incluso
a un Kierkegaard vuelto contra Levinas-, parecen exacerbar los
pensamientos más declaradamente políticos que se reivindican
herederos, ellos sí, de la tradición marxista. Así por ejemplo,
Zizek no dudará en menospreciar este “mesianismo post-secular” y
lo que tilda de deplorable “sensibilidad religiosa que está
surgiendo en el seno del propio deconstruccionismo”14.
Por si no fuera poco, la deconstrucción no contenta con haber hecho
explosionar la consistencia ontológica del concepto de realidad
necesario para cualquier crítica consistente de “lo Real del
capital”, se alía ahora con el “asalto a gran escala del
oscurantismo” que deja intacto el contexto político-social. Es
cierto que en algún otro lugar, sobre el que volveremos, el análisis
de Zizek se ciñe a argumentos un poco más finos y elaborados, pero
lo que aquí nos incumbe es esta reacción desproporcionada que
suscita la apelación a lo mesiánico en el discurso de Derrida. ¿Por
qué interesarnos por este elemento fiduciario del discurso
deconstructivo? Porque lo que quisiéramos demostrar es el íntimo
lazo que vincula la deconstrucción a lo mesiánico, lo mesiánico a
la justicia, la justicia a la democracia y la democracia a lo
indeconstruible. Lejos de ser un añadido que culminaría los
análisis deconstructivos, lo mesiánico, o mejor, la “mesianicidad”
es un elemento constitutivo de la deconstrucción que la relaciona
con la posibilidad del acontecimiento. De hecho, toda la diferencia
que separa a Foucault de Derrida podría medirse menos en la
tipología de los textos que se dan por tarea analizar, que por la
reivindicación del “acontecimiento mesiánico” por parte de
Derrida, el cual debe exceder para ser tal cualquier
condicionamiento histórico o espistémico15.
Esta
dimensión religiosa de la deconstrucción surge a tenor de la
cuestión de lo indeconstruible que, como ha sido señalado, aparece
por primera vez en 1989 en Fuerza
de ley16.
Sin embrago, el nudo entre la deconstrucción, lo indeconstruible, y
lo mesiánico, en una apelación sin concesiones a la democracia y a
la justicia, es establecido inicialmente en Espectros
de Marx (1993),
es decir, justo allí donde un marxista no querría verlo ni aludido.
Pero es exactamente allí donde la deconstrucción se reclama
heredera del espíritu
de Marx que se reivindica su carácter mesiánico:
“Lo que sigue
siendo tan irreductible a toda deconstrucción, lo que permanece tan
indeconstruible como la posibilidad misma de la deconstrucción,
puede ser cierta experiencia de la promesa emancipatoria; puede ser,
incluso, la formalidad de un mesianismo estructural, un mesianismo
sin religión, incluso un mesiánico sin mesianismo …”
Habrá
pues que analizar en qué consiste esta indeconstructibilidad de la
promesa, de esto que aquí Derrida llama “mesianismo sin religión”.
Pero el hecho es que el texto sigue vinculando dicho mesianismo con
algo que ya había aparecido en otras obras precedentes, tales como
Fuerza
de ley
y El
otro cabo,
esto es,
la
cuestión de la justicia y la democracia:
“…un
mesiánico sin mesianismo, una idea de justicia –que distinguimos
siempre del derecho e incluso de los derechos humanos- y una idea de
la democracia –que distinguimos de su concepto actual y de sus
predicados tal y como hoy en día están determinados-.”17
Se
tratará pues, en lo que sigue, de interrogar este concepto
indeconstruible de “mesianicidad” que Derrida extrae de su
lectura de Marx –para escándalo de marxistas y liberales- y que
conecta con una cierta idea, no regulativa, de la democracia y de la
justicia.
2.-
Democracia e Idea reguladora
Cuando
Derrida afirma en una entrevista que “Lo importante en la
democracia
por venir
no es la democracia
sino
el porvenir”18,
está señalando ya el aspecto mesiánico de su concepto de
democracia que se agazapa en la extraña expresión sintagmática
“démocratie à venir”, acuñada a principios de los 9019.
Derrida distingue entre el concepto de democracia y el de democracia
por
venir,
del mismo modo en que establece una distinción entre mesianismo y
mesianicidad. El concepto derridiano de democracia
por venir
es lo que queda
(resta,
estaríamos tentados de decir)
del
concepto deconstruido de democracia, “de democracia actual”. La
democracia por venir es lo indeconstruible, que se distingue de este
modo tanto del concepto actual de democracia que hay que deconstruir
como de la idea de una democracia futura más perfecta que la actual.
Derrida lo expresa del siguiente modo:
“Tomemos
el ejemplo de la democracia, de la idea de la democracia, de la
democracia por venir (no la Idea en el sentido kantiano, ni el
concepto actual, limitado y determinado de democracia, sino la
democracia como la herencia de una promesa).”20
La
idea de “democracia por venir” o el concepto mesiánico de
democracia se distingue, de entrada, de su concepto actual, limitado
y determinado. Siempre es posible decir que las democracias reales no
acaban de realizar las posibilidades contenidas en su concepto, pero
lo cierto es que las democracias actuales, aún siendo incapaces de
encontrar soluciones democráticas a sus problemas, no dudan en
exportar su retórica y su conceptualidad como si se tratase de un
Universal aplicable a cualquier contexto. En este sentido el concepto
de democracia debe ser deconstruido, hay que poder mostrar los
binarismos sospechosos sobre los que funda su retórica, como cuando
se pretende distinguir entre estados democráticos y estados
“canallas”. Voyous
se presenta como la deconstrucción de esta cuestión. Pero hay
todavía otra posibilidad para pensar el fracaso empírico de lo
democrático: considerar que tras el velo de las democracias
actuales, de las que todos conocemos sus imperfecciones, sería
posible descubrir un concepto más puro de democracia, una idea que
sería, a la vez, causa de esta forma de organización social, en
sentido platónico, e idea en el sentido de “tendencia a”, de
ideal o “idea reguladora” en sentido kantiano. Entonces
tendríamos las democracias actuales con todos sus problemas y una
idea de democracia que marcaría el camino a seguir en un continuum
de perfectibilidad infinita. Esto es lo que señalaba ya Kant con el
concepto de “idea reguladora”. Contrariamente a las ideas
constitutivas, que producen saber, las ideas reguladoras serían una
suerte de ficciones, de ilusiones necesarias, que regularían y
organizarían el saber empírico. Así por ejemplo, la idea de una
finalidad de la naturaleza en Kant, a pesar de no ser nunca
demostrable, permitiría organizar la narración histórica y
“abrigar la esperanza” de una “evolución progresiva y
continua”21
de las disposiciones originales de la humanidad hacia el estado
cosmopolita y la realización de la moralidad.
Derrida
le reconoce una cierta dignidad a esta “idea reguladora”: “A
falta de algo mejor –(…)- la Idea reguladora sigue siendo quizás
la última reserva. Por mucho que este último recurso pueda
convertirse en una coartada, conserva una dignidad. Yo no juraría
que jamás cederé a ello”22.
Pero por otra parte, hay un empeño reiterado de distinguir la idea
mesiánica de democracia de la idea reguladora kantiana: “La
locución democracia
por venir
no debería significar de ningún modo, a saber, una simple Idea
reguladora”23.
Las reticencias de Derrida respecto a la “idea reguladora”
afectan al concepto mismo de deconstrucción y a la posibilidad de lo
indeconstruible de la deconstrucción. En primer lugar, en su sentido
más laxo, la idea reguladora pertenece todavía al dominio de lo
posible. La democracia como idea reguladora funcionaría como el
ideal, posible aunque infinitamente postergado, de las democracias
reales. Lo real se organizaría en función de esta posibilidad
indefinidamente diferida. Por el contrario la democracia
por venir
tiene una estructura aporética, sin salida posible, sin posibilidad.
Esto significa que la democracia por venir es imposible. Pero lo
imposible no funciona aquí en el sentido de lo inaccesible, de lo no
realizable. Ciertamente, la “democracia por venir” no existirá
nunca, en el sentido del existir en presente, pero por ello mismo lo
im-posible, tal y como Derrida lo concibe, debe escapar a la dualidad
entre lo real y lo posible. Lo imposible es real. Pertenece de suyo a
nuestra realidad como aquello que le sobreviene, en cierto modo,
“desde arriba”. Por eso se distingue, en segundo lugar, esta idea
de democracia imposible del ideal regulador en función de su
alejamiento del saber normativo. En el ideal regulativo funcionaba
todavía una sumisión de la acción y la decisión a la norma o la
regla. Ciertamente, como reconoce Kant, los hombres no hacen lo que
deben, pero debemos guardar la esperanza de que algún día,
siguiendo el plan de la naturaleza, lo harán. Por el contrario, en
el concepto mesiánico de democracia se conserva la apertura al
acontecimiento siempre y cuando éste sea concebido como imposible,
como no esperado, como no siendo nunca resultante del ejercicio de
una norma, programa o saber calculable: “El acontecimiento debe
anunciarse como im-posible”24.
Un acontecimiento que pudiera ser previsto, que pudiera ser esperado
como posible, que exigiese un cierto horizonte de espera, no sería
ya acontecimiento, sino el despliegue en el futuro de algo ya
contenido en el presente. De este modo el acontecimiento perdería su
condición de ruptura, de quiebre o inyucción. Por ello, en tercer
lugar, la democracia por venir no debe ser una mera “ilusión
necesaria”. No se trata de hacer “como si” esta democracia
radical fuese posible en algún futuro y por lo tanto esperable. El
concepto mesiánico de democracia debe sustraerse a toda teleología,
y a toda perspectiva de futuro, puesto que su condición es la de la
ruptura, de la irrupción, del presente. La “democracia por venir”
es, de este modo, la espectralidad que planea el presente de las
democracias actuales. En toda democracia actual se cobija, al menos
como espectro, la idea de una democracia por venir que hace salirse
de sus goznes a la organización empírica del presente tanto como a
su conceptualidad ideal e idealizante.
Es
en este punto donde la crítica más elaborada de Zizek a Derrida
debe ser contestada. Zizek acusa a Derrida de someterse al kantismo
justo ahí donde el gesto hegeliano debería ser retomado: “mientras
para Kant, la absoluta negatividad designa el momento imposible del
futuro, un futuro que nunca se convertirá en presente, para Hegel
designa el imposible momento del pasado, un pasado que nunca fue
experimentado como presente, pero que abre el espacio para la mínima
organización (social) del presente”25.
Reclamándose hegeliano, Zizek se posiciona de este modo, en una
concepción del acontecimiento situado en el pasado que permitiría
organizar la acción presente. Es por ello que Zizek reclama la
supervivencia del legado cristiano en el marxismo frente al
mesianismo judío y kantiano de Derrida. Pero el caso es que la
concepción de la democracia por venir no es ni kantiania ni judía.
La apelación a lo imposible excede el concepto presente de futuro
que supone sólo la “idealización de lo posible”, pues
justamente ahí radica lo kantiano que la democracia por venir trata
de rehuir. Por otra parte, frente a esta idea de futuro, cara al
mesianismo judío, Derrida insiste: “no algo que llegará
ciertamente mañana, no la democracia (nacional e internacional,
estatal o trasestatal) futura,
sino una democracia que debe tener la estructura de la promesa”26.
De la democracia se puede decir lo mismo que de la justicia, que no
tiene futuro pero sí porvenir27.
El porvenir se vincula con la noción de la promesa, de la promesa
heredada. Pero lo determinante, en el punto de la argumentación en
el que estamos, es que esta idea de democracia tiene la forma de una
inyunción en el tiempo presente, ella es la irrupción incondicional
“aquí y ahora” de una exigencia de apertura al acontecimiento
que no puede posponerse. La democracia por venir es “out of
joint”28,
el “tiempo salido de sus goznes”. No hay por lo tanto en esta
idea ninguna concepción judía del acontecimiento, puesto que no se
trata del futuro sino del porvenir, y el porvenir señala la
irrupción del tiempo presente, la subversión de la presencia, del
mismo modo que lo hacía la “huella” en De
la gramatología29
o
la “différance” en Márgenes
de la filosofía30.
¿Por
qué hablar entonces de mesianismo? ¿Si lo mesiánico no señala ya
lo futuro que permite a Zizek oponer lo cristiano a lo judío, y
distanciarse así de Derrida, porqué conservar este nombre? Ocurre
aquí lo mismo que con el nombre de democracia, puede decirse que el
mantenimiento del nombre es “asunto de contexto, de retórica o de
estrategia, de polémica incluso”31.
Del mismo modo que Derrida se ve forzado a acuñar el concepto de
democracia
por venir
que se distingue de la idea reguladora tanto como de la democracia
actual, el mesianismo que revive esta idea de democracia es en
realidad un “mesianismo sin mesianismo”, una mesianicidad que se
diferencia del mesianismo judío al que Zizek querría verlo
reducido32,
aunque conserve su nombre o al menos el resto
de
este nombre. Es esta mesianicidad sin mesianismo lo que no puede ser
deconstruido más que a costa de perder la democracia por venir.
3.-
Mesianicidad sin mesianismo
¿Qué
tiene que ver la democracia con la creencia? ¿Por qué insiste
Derrida en relacionar la “hiper-política” con una “fe
hipercrítica”33,
con una “religión sin religión”34,
con un “mesianismo sin contenido”35?
Hasta ahora, hemos podido comprobar que el porvenir de la democracia
por venir
no se confunde con el futuro ni con la esperanza de perfectibilidad
continua de la que la idea reguladora kantiana es portadora. Pero si
no se apela ya a la esperanza que se dirige a un acontecimiento
futuro, tal y como la palabra mesianismo parece indicar, ¿de qué se
trata cuando Derrida invoca la “mesianicidad?. La respuesta está
contenida de hecho en estas sentencias de Fe
y saber:
“Lo mesiánico
o la mesianicidad
sin mesianismo
sería la apertura al porvenir o a la venida del otro como
advenimiento de la justicia”36
y un poco más tarde: “La mesianicidad abstracta pertenece desde un
principio a la experiencia de la fe”37.
El concepto de mesianicidad, al vaciar de contenido lo mesiánico y
quedarse sólo con su forma, sustituye la esperanza en el futuro por
la fe en el acontecimiento. La mesianicidad consiste en esta fe. La
mesianicidad sin mesianismo es definida, así, por Derrida como la
apertura a la venida del otro (dejemos de momento de lado la cuestión
de la justicia). Esta apertura implica una experiencia fiduciaria,
una creencia implícita en toda relación con cualquier otro en tanto
que otro. Para Derrrida, como para Levinas38,
la relación con el otro, en la medida en que no lo subsumo bajo la
idea que tengo de él o a lo que de él espero, implica un acto de fe
por el cual acepto al otro no ya por lo que es –no sabemos ni
deberíamos querer saber quién es el otro que llega- sino en tanto
que llega, en tanto estoy abierto a la venida del otro como
“arribante”. De ahí que Derrida resucite el término
“visitación” para hablar del otro no ya como alguien que es sino
como alguien que llega, que nos visita39.
En realidad, en toda relación con el otro, en todo vínculo social,
habita un acto de fe difícilmente superable. Antes de comunicarme
con el otro, antes de transmitirle saber o querer alguno, debe haber
un crédito por el cual de algún modo confío en que seré escuchado
y que sabré escuchar. En toda relación con el otro hay una petición
de confianza y de fiabilidad sin la cual ni siquiera entablaríamos
trato alguno. Sin esta creencia, sin este “fundamento místico”40
de toda sociabilidad que ninguna sociedad querría reconocer como
propio, no hay vínculo social ni “interpelación al otro”41.
Ocurre sin embargo que si bien hay una experiencia fiduciaria que
hace posible el vínculo social, a menudo ésta se ve condicionada y
limitada por normas, reglas de conducta, o mera prudencia, que
contradicen la experiencia misma de la relación con la alteridad.
Nos relacionamos con el otro siempre y cuando éste nos corresponda,
le suministramos abrigo y cobijo bajo condición de ciudadanía,
somos hospitalarios con el otro sólo si sabemos de sus buenas
intenciones, hablamos con el otro en la medida en que hable nuestro
idioma. Este es el modo de regulación de las democracias actuales
que desactiva la posibilidad del acontecimiento y que reduce a
negociación calculable la aparición del otro como irrupción, como
evento, como visitación. Pero Derrida nos lo recuerda, pertenece al
concepto mismo de democracia, al menos a la democracia por venir,
esta apertura al otro, al acontecimiento. La fe incondicional, y no
hay fe que no lo sea pues en otro caso se mutaría en saber y
cálculo, debe habitar la idea de democracia a menos que ésta
renuncie a su condición de sistema abierto:
“La
democracia es el único sistema, el único paradigma constitucional
en el que, en principio, se tiene o se arroga uno el derecho a
criticarlo todo públicamente, incluida la idea de democracia, su
concepto, su historia y su nombre. Es por lo tanto el único
universalizable, y de ahí derivan su oportunidad y su fragilidad.”
42
Aunque
pueda sorprender que en este fragmento Derrida diga de la democracia
que es un sistema “universalizable”, hay que tener en cuenta que
sólo lo es en la medida en que se defina a sí misma en función de
su capacidad de autocrítica, esto es, en su máxima apertura, que
necesariamente puede y debe ponerla en peligro, puesto que sortear el
peligro de algún modo –poniendo cotos a la crítica o limitando la
hospitalidad, por ejemplo- sería acabar con la idea misma de
democracia. De ahí que Derrida pueda afirmar que no hay democracia
sin deconstrucción ni deconstrucción sin democracia43.
Que la deconstrucción –esto es, una crítica racional de la
racionalidad- sea posible, es algo que debe garantizar toda
democracia, y que la idea de democracia por venir planee sobre todo
concepto actual de democracia es algo que la deconstrucción trata de
atestiguar. A la democracia actual y su concepto le debe asediar la
idea de la “democracia por venir”. La democracia debe aceptar
como constitutiva esta apertura. Por eso puede decirse, como se ha
hecho ya, que la democracia es en cierto sentido “lo Unheimlichkeit
de
lo político”44,
lo no doméstico, lo no habitable, precisamente porque sobre ella se
cierne siempre el abismo de esta apertura, ella es lo abierto. El
problema, ciertamente, es haber querido hacer de ella nuestro
hábitat, y haber cerrado sobre sí mimo lo abierto para convertirlo
en un cerco con apariencia de apertura. Si la democracia es
indeconstruible, el límite de la deconstrucción, es justamente por
ser “extremadamente deconstruible” –como dirán C. Peretti y
P.Vidarte45-,
por ser la condición de posibilidad misma de la deconstrucción y la
deconstrucción en acto. Por ello la democracia, para ser tal, debe
estar abierta a lo que llega, al arribante, al visitante, esto es, a
lo que en alguna tradición se llamó Mesías pero que no puede ser
nunca previsto, previsible ni anunciado, puesto que “el provenir no
tolera ni la previsión ni la providencia”46.
Lo mesiánico es esta apertura y esta fe.
La
“sensibilidad religiosa” que Zizek menospreciaba es patente en un
texto como Fe
y saber,
aunque menos como sensibilidad que como un intento de pensar lo
religioso hasta sus últimas consecuencias. Allí Derrida, ante la
pregunta acerca del supuesto “retorno de lo religioso” plantea,
no sólo que lo religioso no ha desaparecido nunca, puesto que ha
venido acompañando la razón aún en su más extrema racionalidad –
cosa que se expresa en la idea de que fe y razón tienen la misma
fuente47-,
sino que además habría que poder pensar o hacer volver “otra
religión”, una “religión universal” nada menos: “¿Cómo
pensar entonces –en los límites de la mera razón- una religión
que, sin volver a ser una religión
natural,
sea hoy efectivamente universal y que, para ello, no se atenga ya al
paradigma cristiano ni al abrahámico?”48.
Esto es lo que llamábamos más arriba “religión sin religión”.
La universalidad de lo religioso dependería, de este modo, de vaciar
la religión de todo contenido concreto, de toda revelación para
mantener justamente la posibilidad de la revelabilidad49.
Lo mesiánico, o la mesianicidad, define esta religión universal en
la medida en que se comprende como una fe sin dogma, una mera fe en
el acontecimiento porvenir. ¿Pero de qué fe se trata? ¿En qué
habría que creer? ¿En qué podría creer un pensamiento
deconstructivo? Pues justo en lo indeconstruible, es decir, en la
justicia y la democracia por venir.
Cuando
Derrida define lo mesiánico como apertura “a la venida del otro
como advenimiento de la justicia” en Fe
y Saber,
o cuando en Espectros
de Marx
afirma que “la promesa emancipatoria”, como mesianicidad sin
mesianismo, como idea de justicia, es lo indeconstruible, está
rehabilitando una suerte de escatología sin teleología, una
apertura sin esperanza, que salvaguarda el acontecimiento de toda
reducción a mera posibilidad. Ciertamente, la justicia es lo
imposible. No hay justicia posible en el ámbito del derecho, pero a
la vez, no habría derecho sin la creencia en esta imposibilidad. La
justicia debe permanecer como imposible y a la vez ser objeto de
creencia aquí y ahora. La justicia, como la hospitalidad o la
democracia por venir, es lo incondicional, lo incalculable que sólo
puede ser objeto de creencia y no de saber. De ahí que en este punto
se unan lo mesiánico y lo político, lo religioso y la
deconstrucción, Kierkegaard y Marx. Lo político y la creencia
hallan de este modo en la deconstrucción un mismo espacio de
coexistencia.
4.-
Política y creencia
En
su discusión con J. L. Nancy Derrida afirma, como de pasada, algo
que cabría retener para comprender lo que está en juego en la
relación entre la deconstrucción y lo político. En su crítica a
la idea de “fraternidad” que Nancy parece mantener aún en su
intento de pensar una “comunidad sin comunidad”, siguiendo de
este modo la estela de Bataille y Blanchot50,
Derrida afirma: “el prójimo como semejante o parecido nombra el
fin o la ruina de la ética pura, si la hay. Algunos –hay que
admitir esta hipótesis- podrían estar entonces tentados de decir
que ahí se encuentra la frontera entre la ética pura y lo político
que, por su parte, comenzaría por elegir y preferir lo semejante.”51.
Cuando se acusa a Derrida de no plantear un pensamiento político
fuerte, de derivar incluso en la inacción y la mera espera, se hace
a menudo desde el presupuesto de una carencia de sujeto político en
su pensamiento. Ciertamente, Derrida no es de los que apostarían por
un “nosotros”, un sujeto colectivo capaz de llevar a cabo la
acción transformadora que la sociedad necesita. De hecho todas estas
nociones de “sujeto”, “nosotros” o “acción” –por no
aludir al concepto pre-crítico de “realidad” que se esconde tras
la apelación a lo social- son ajenas al movimiento de su
pensamiento. Y sin embargo no puede decirse que la deconstrucción
abandone lo político a favor del textualismo. De hecho, en Espectros
de Marx
se reivindica una “repolitización”52
e incluso se reclama otro concepto de lo político. Pero justamente
este nuevo concepto de lo político debería acoger aquello que,
desde una cierta perspectiva, habría pertenecido de suyo a la ética:
es decir, no ya el “nosotros” sino el “otro”, no ya un sujeto
activo que decide racionalmente, sino un sujeto pasivo hasta en su
decisión más racional53,
no ya lo semejante sino lo desemejante, y rozando los límites entre
lo ético y lo religioso, no ya el saber –mucho menos la “toma de
conciencia”- sino la creencia. A través del concepto de
mesianicidad que vincula la deconstrucción con lo indeconstruible,
esto es, con la posibilidad del acontecimiento (llámese justicia o
democracia por venir), lo político se tiñe de creencia.
¿Quién
dudará de que la creencia no haya habitado ya desde siempre el
concepto mismo de lo político? ¿Acaso no es cierto que toda
proyección de futuro, toda teleología del acto revolucionario, todo
pensamiento de la utopía exigía de algún modo ya una experiencia
de la fe, por más que se tratase de una creencia racional? ¿La
crítica de Marx a la religión como clara expresión de la ideología
no se producía también al mismo tiempo que la afirmación de una fe
en la promesa emancipatoria, la creencia en nada menos que un
“fantasma” que recorría Europa? ¿No es eso lo que siempre ha
denunciado el pensamiento liberal, que el marxismo era en realidad un
cristianismo secularizado?54
Y sin embargo Derrida insiste en purificar la creencia de toda
esperanza racional. La creencia que se trata de pensar aquí no tiene
nada que ver con la religión cristiana o la judía. Ninguna
teleología une en este punto el marxismo y la concepción
judeo-cristiana de la historia y el futuro, como ya se ha tratado de
mostrar. La creencia lo es sólo si aquello en lo que se cree es
imposible. Creer en algo posible no sería ya creer sino conducirse
en función de una racionalidad calculadora que desarrolla las
consecuencias de un programa, sea ético o político. Creer, sólo se
cree “en virtud del absurdo”, como diría Kierkegaard. Cualquier
otra creencia no sería ya tal. De ahí la necesidad de distinguir la
democracia por venir de las esperanzas postergadas de la idea
reguladora kantiana, como veíamos al principio.
Pero
sobretodo la creencia tiene que ver con lo desemejante, con eso que
parecía dibujar el cerco de la ética pura y excluirse de este modo
del ámbito de lo político. Es aquí donde Derrida se acerca de un
modo insospechado, incluso para él mismo, a la concepción de la
ética que Kierkegaard despliega en Las
obras del amor,
justo cuando se trata de desbordar la ética levinasiana a favor de
lo político55.
Como se ha señalado ya, la concepción del otro presente en el
pensamiento de Derrida tiene mucho de deuda con el concepto
levinasiano de la alteridad. El otro debe ser absolutamente otro para
ser tal, debe ser irreductible a todo saber que yo pueda tener de él,
debe trascender la inmanencia de mi pensamiento, y sólo por ello,
porque me trasciende, es para mí objeto de cuidado y respeto,
incluso, dirá Levinas, él hace de mi su “rehén”. Derrida no
tiene problema en reconocer su deuda con Levinas en lo referente a la
concepción del otro y de la hospitalidad56.
Ahora bien, justo ahí donde Levinas rompe esta relación ética para
ceder el campo a lo político, allí donde hace que la relación
cara-a-cara con el otro sea interrumpida legítimamente por un
tercero excluido que reclama justicia57,
allí Derrida reintroduce lo ético-religioso en lo político
precisamente en nombre de la justicia, es decir, en nombre de aquello
que en Levinas señalaba el límite de lo ético. Por ello puede
decirse, como anunciábamos al principio, que el vínculo entre la
deconstrucción y la fe, la creencia y la mesianicidad, acercan a
Derrida a las posiciones de Kirergaard y Levinas o mejor, a la de un
cierto Kierkegaard vuelto contra Levinas. Porque Derrida no duda en
admitir que Kierkegaard fue el primero en oponer de modo radical la
fe al saber. La acción de Abraham analizada por Derrida en Dar
la muerte
encara precisamente la heterogeneidad estructural de la fe y el saber
allí donde alguien se relaciona con lo absolutamente otro58.
Derrida recupera de Kierkegaard esta comprensión de la creencia y su
dependencia del no-saber. Aún sin nombrarlo, su análisis hace
volver el concepto de prójimo defendido por Kierkegaard en Las
obras del amor,
el prójimo no ya como “otro yo” con quien tengo algo en común,
sino como el desemejante de quien debo renunciar a tener saber alguno
precisamente para poderlo amar. Pues bien, lo ético-político de la
deconstrucción se juega en este amor al prójimo como amor al
absolutamente otro, como aperturidad a lo desemejante, como fe en el
no reconocible. El desemejante, a quien no puedo ni quiero conocer
porque lo que me une a él es la creencia y no ya el saber, es
también el que llega, el “arribante”, a quien se alude bajo el
nombre del Mesías. Curiosamente lo político de la deconstrucción
se cifraría en esta desproporción que desborda el ámbito que
Lévinas reservaba a lo ético, la relación con el otro como no
semejante y no reconocible. Justamente eso, la fe en lo otro, en el
acontecimiento más allá de toda previsión, en la justicia más
allá del derecho, en el evento más allá del saber, es lo que
Derrida reconoce como indeconstruible en el texto de Marx. Recordemos
sus palabras: “Lo que sigue siendo tan irreductible a toda
deconstrucción, lo que permanece tan indeconstruible como la
posibilidad misma de la deconstrucción, puede ser cierta experiencia
de la promesa emancipatoria; puede ser, incluso, la formalidad de un
mesianismo estructural”59.
La “apertura mesiánica a lo que viene”60
sería el espíritu de Marx que habría que acoger como herencia y
que debería planear cuál espectro sobre nuestras democracias
actuales. No ya su crítica a la ideología a favor de una toma de
conciencia que nos ofrecería la imagen exacta de la realidad, no ya
su análisis científico del capital, sino esta creencia y esta
promesa, lo político desbordado por lo ético-religioso, la
deconstrucción como fe en lo indeconstruible. Es en este sentido que
debería entenderse la deconstrucción como un intento de
“radicalización del marxismo”.
*
Aquest text ha estat publicat originalment a Enrahonar, n.
48, 2012, pp. 95-109.
1
Habermas, J. (1989.) El discurso filosófico de la modernidad.
Madrid: Taurus, pp. 179-203.
2
Derrida, J. (1967). “Cogito et histoire de la
folie” a L’Écriture et la
différance. Paris: Minuit,
1967, pp. 51-96.
3
Foucault, M. (1976). “Mi cuerpo, ese papel, ese fuego” a
Historia de la locura, vol. II, trad. Juan José Utrilla.
México: Fondo de Cultura Económica, p. 371.
4
Foucault, M. (1971). L’ordre du discours.
Leçon inaugurale au Collège de Frnace prononcée le 2 décembre
1970. Paris : Gallimard,
1971. (Trad. Cast. El orden del discurso. Barcelona:
Tusquets, 1973).
5
Para un seguimiento pormenorizado de la disputa entre Foucault y
Derrida, ver Campillo, A. (1995). «Foucault y Derrida: historia de
un debate –sobre la historia». Daimon. Revista de Filosofía,
11, pp. 59-82.
6
Sobre la crítica al contexto, y en declarada discusión con Austin,
ver Derrida, J. (1972). ”Signature, événement, contexte”.
Marges – De la philosophie.
Paris: Minuit, pp. 365-393. (Trad. Cast. Márgenes
de la filosofía. Madrid:
Cátedra, 2003, pp. 347-372).
7
Derrida, J., (1999) “Hospitality, Justice and Responsability. A
dialogue with Jacques Derrida”, Questioning
Ethics. Contemporary Debates in PHilosophy.
Edited by Richard Kearney and Mark Dooley. London and New
York: Routledge, p.65-66. (La traducción es nuestra).
8
Derrida, J. (2006) No escribo sin luz artificail. Trad. De
Rosario Ibañes y María José Pozo. Madrid: Cuatro ediciones. p.
51.
9
Derrida, J. (2006). No escribo sin luz artificial. Op. cit..,
p.52.
10
Así por ejemplo en: Derrida, J. (2003). “Alguien se adelanta y
dice”, en Espectografías (Desde Marx y Derrida), Cristina
Peretti Ed. Madrid: Trotta, p. 191.
11
Derrida, J. (1998). Políticas de la amistad, Madrid:
Trotta, p. 128. [Politiques de l’amitié. Paris: Galilée,
1994, p. 128)
12
Derrida, J. (2008). Fuerza de ley. El «fundamento místico» de
la autoridad. Trad. A. Barberá y Patricio Peñalver. Madrid:
Tecnos, p. 35. [Force de loi. Paris: Galilée, 1994, p. 35]
13Derrida,
J. (2003). Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo
del duelo y la nueva internacional. Trad. J.M. Alarcón y
Cristina de Peretti. Madrid: Trotta, p. 106. [Spectres de Marx.
Paris: Galilée, 1993, p. 151]
14
Zizek, S. (2002). El frágil absoluto o ¿por qué vale la pena
luchar por el legado cristiano?. Valencia: Pre-Textos, p. 9.
15
Ver por ejemplo en Derrida, J. (2005), “El mundo de las luces por
venir”, en Canallas. Dos ensayos sobre la razón. Trad.
Cristina Peretti. Madrid: Trotta, p. 172. [Voyous.
Deux essais sur la raison. Paris:
Galilée, 2003].
16
De Peretti, C y Vidarte, P. (2004) “L’auto-délimitation
déconstructive: La démocratie indéconstruible ? “, en
La démocratie à venir. Autour de
Jacques Derrida. Paris : Galilée,
p.141.
17
Derrida, J. (2003). Espectros de Marx, ibid., p.73.
18
Derrida, J. (2002), “Politics and Friendship”, Jacques
Derrida. Negotiations. Interventions and Interviews.
Elisabeth Rottenberg (Ed.). Stanford University Press, p. 182.
19
En la extensa relectura de su propio concepto –o quasi-concepto,
habría que decir- que, como es habitual en Derrida, éste ofrece en
este caso de la idea de “democracia por venir”, señala Du
droit à la philosophie (1989-1990) y Fuerza de ley (1990)
como los textos en los que se acuña este concepto de democracia
cuya expresión definitiva “democratie à venir”
aparecerá en Sauf le nom (1993). Para la reconstrucción de
la genealogía de esta idea por parte del propio autor ver, Derrida,
J. (2005), Canallas. Dos ensayos sobre la razón. Op. cit.,
pp. 105-118.
20
Derrida, J. (1993), Sauf le nom. Paris: Galilée, p. 108.
21
Kant, I. (1987) Ideas para una historia universal en clave
cosmopolita., Trad. Concha Roldán y R. Rodríguez Aramayo,
Madrir: Tecnos, p. 4.
22
Derrida, J., (2005). Canallas, op. cit., p. 107.
23
Derrida, J. (2005). Canallas, op. cit., p. 106.
24
Derrida, J. (2005), Canallas, op. cit., p. 171.
25
Zizek, S. (1999). The Ticklish Subject.
The absent centre of political ontology.. London: Verso,
p. 238-239 (la traducción es nuestra).
26
Derrida, J. (1992), Al otro cabo. La democracia para otro día.,
Trad. Patricio Peñalver, Barcelona: Serval, p. 64. [L’autre
cap, Paris: Minuit, 1991].
27
Derrida, J. (2008), Fuerza de ley, op. cit., p. 63.
28
Derrida, J., (2003). Espectros de Marx, op. cit., p. 33 y ss.
29
Derrida, J. (1967). De la
grammatologie. Paris: Minuit., p. 95 y
ss.
30
Derrida, J., (1972). Marges – De la
Philosophie. Op. cit., , pp. 1-29.
31
Derrida, J. (1998). Políticas de la amistad, op. cit., p.
128.
32
Para una comparativa entre Zizek y Derrida ver, Sands, D. (2008)
«Thinking through différance: Derrida, Zizek and religious
engagement”. Textual Practice,
22(3), pp. 529-546.
33
Derrida, J. (2005). Canallas, op. cit., p. 183.
34
Derrida, J. (2000). Dar la muerte. Trad. Cristina Peretti y
Paco Vidarte. Barcelona: Paidós, p. 54. [Donner la mort,
Paris: Galilée, 1999],
35
Derrida, J. (2008). Fuerza de ley. op. cit., p. 59.
36
Derrida, J.,(2003). “Fe y saber” a El siglo y el perdón
seguido de Fe y saber. Buenos Aires:
Ediciones de la Flor, p. 60. [Foi et
Savoir suivi de Le Siècle et le Pardon.
Paris : Éditions du Seuil, 1996].
37
Derrida, J. (2003).“Fe y saber”, op. cit., p. 61.
38
Levinas, E. (1993), Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro.
Valencia: Pre-Textos, p. 45.
39
Derrida, J. (1999) “Hospitality, Justice and Responsability. A
dialogue with Jacques Derrida”, op. cit., p. 70.
40
Esta es la expresión que utiliza Derrida en Fuerza de ley
para hablar de la autoridad de que se enviste el derecho. Ver,
Derrida, ibid., p. 28 y ss.
41
Derrida, J. (2005). Canallas, op. cit., p. 183.
42
Derrida, J. (2005). Canallas, op. cit., p. 111.
43
Ver nota 11.
44
Peretti, C. y Vidarte, P., (2004). “L’auto-délimitation
déconstructive”, op. cit., p. 143.
45
Ibid., p. 142.
46
Derrida, J. (2003).“Fe y saber”, op. cit., p.98.
47
Cfr. Derrida, J. (2003).“Fe y saber”, op. cit., p.43.
48
Derrida, J. (2003).“Fe y saber”, op. cit., p. 57.
49
Ver Malabou, C., (1999). «¿Cómo no derivar? Creencia y denegación
en Jacques Derrida». Daimon. Revista de
Filosofía, 19, p. 84 (pp. 79-88).
50
Nancy, J. L. (1990). La communauté
désœuvrée. Paris: Christian
Bourgois y Blanchot, M., (1983) La
communauté inavouable. Paris :
Minuit.
51
Derrida, J. (2005). Canallas, op. cit., p. 81.
52
Derrida, J., (2003). Espectros de Marx, op. cit., p. 89.
53
Sobre la cuestión de la decisión y su pasividad, que no puedo
abordar aquí, ver Derrida, J. (2005). Canallas, op. cit., p.
182 y ss.
54
Esta es la tesis ya clásica del libro de Löwith, K. (1968). El
sentido de la historia. Madrid: Aguilar.
55
Podemos hallar una primera lectura cruzada de Derrida y Kierkegaard
que trata de abordar la cuestión de lo político en:
Dooley, Mark. (2001).
The politics of
Exodus. Søren Kierkegaard’ s Ethics of Responsibility.
New York: Fordham University Press.
Respecto a la ética de Kierkegaard ver:
Kierkegaard, S. (1965) Las
obras del amor. Madrid:
Guadarrama.
56
Ver por ejemplo, Derrida, J., (1998) Adiós a Emmanuel Lévinas.
Palabra de acogida. Madrid: Trotta, p. 61. [Adieu à Emmanuel
Lévinas. Paris: Galilée, 1997].
57Levinas,
E.,(1978). Autrement qu’être ou
au-delà de l’essence, Paris,
Martinus Nijhoff, p. 248.
58
Derrida, J. (2000). Dar la muerte. Op. cit.
59
Ver nota 17.
60
Derrida, J., (2003). Espectros de Marx, op. cit., p. 79.
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